La instrucción del pueblo

La obra donde más extensamente se trata el problema de la educación popular es La instrucción del pueblo, donde analiza este problema de una manera seria y meditada, pero sin quedarse en el terreno teórico, sino tratando de buscar salidas concretas, prácticas y viables. Es un ejemplo perfecto de su...

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Detalles Bibliográficos
Otros Autores: Arenal, Concepción, 1820-1893 autor (autor), Martínez Arancón, Ana, editor litarario (editor litarario)
Formato: Libro
Idioma:Castellano
Publicado: Madrid : Centro de Estudios Políticos y Constitucionales 2008
Colección:Clásicos del pensamiento político y constitucional español
Materias:
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Descripción
Sumario:La obra donde más extensamente se trata el problema de la educación popular es La instrucción del pueblo, donde analiza este problema de una manera seria y meditada, pero sin quedarse en el terreno teórico, sino tratando de buscar salidas concretas, prácticas y viables. Es un ejemplo perfecto de su estilo, tan cálido, conciso y elegante, que contrasta con las hinchazones retóricas que ella tanto detestaba por ocultar bajo su hojarasca una total ausencia de planes para poner en ejecución lo que tan vagamente se predicaba. Esta falta de decisión, de efectividad, la sacaba de quicio. Y es que, aunque la enseñanza primaria era, en teoría obligatoria y gratuita desde la Ley Moyano de 1857, su cumplimiento se veía entorpecido y obstaculizado porque dicha ley había sido arrinconada en varias ocasiones, y aun en los periodos en que no había sido así, ni se había desarrollado plenamente, ni se había asignado presupuesto, ni se velaba excesivamente por su cumplimiento, ya que una educación obligatoria y controlada por el Estado era una idea que parecía herir la delicada sensibilidad liberal de muchos políticos y escritores. Así que desde el principio nos advierte de sus intenciones: no quiere soltar una rociada de buenas palabras, sino ofrecer soluciones factibles para algo muy urgente. Los problemas sociales son complejos y no podemos esperar que tengan un remedio fácil, pero uno de los caminos que de manera más efectiva nos llevan a su solución es la instrucción. Gracias a ella se favorece la búsqueda de salidas racionales, no violentas, para la desigualdad, pues los tiempos han cambiado: no basta ya con ordenar y esperar ser obedecido sin rechistar: hay que convencer para obtener buenos resultados. Dado que los hombres no son perfectos, y por lo tanto no siempre desean lo que más les conviene, aquello que es necesario, como la educación, es preciso hacerlo obligatorio mediante la ley. La enseñanza obligatoria es, pues, justa y legítima. Pero una ley no solamente tiene que ser justa: para ser cumplida necesita ser, además, posible, realizable. Por eso es necesario y urgente decretar la enseñanza obligatoria. Pero como no se puede ir contra la conciencia de nadie, en la escuela obligatoria hay que hacer gala de la mayor neutralidad posible, para quitar pretextos a los que se nieguen a llevar a ella a sus hijos por motivos de conciencia. Nada, pues, de política, salvo los principios generales de organización de la sociedad, y nada tampoco de religión, excepto tal vez en un sentido muy lato, hablando de lo absoluto, pero sin particularizar en ningún dogma o culto determinados. Y hay que pensar en que quien escribe estas líneas era una mujer de muy profundas convicciones cristianas y que siempre encontró en la religión fuerza y consuelo. Como hablamos de un derecho que, como tal, debe ser accesible a todos, abierto a las grandes mayorías, la única solución es hacer general y obligatoria la enseñanza. Por los mismos motivos, o sea, para que todos los niños puedan ir a la escuela, la enseñanza primaria no sólo tiene que ser obligatoria, sino también gratuita. Porque no puede haber deberes imposibles, y el de instruirse lo sería para el pobre si la escuela no fuese totalmente gratuita. Así que la reforma educativa tiene que hacerse de arriba abajo, tiene que imponerse, sin buscar el acuerdo de los beneficiarios, y eso aumentará, por parte de éstos, la resistencia y el recelo. Por ello hay que proceder con prisa, sí, pero sin atropellos, obrando siempre con sensatez y cuidado. Uno de los principales obstáculos es la resistencia de algunos padres a enviar a sus hijos a la escuela, no porque no deseen para ellos lo mejor, sino porque tienen muchos problemas. A veces, los dos padres trabajan y no pueden ocuparse de sus hijos que, dejados a su arbitrio, hacen novillos. O no se atreven a llevarlos porque las pobres criaturas carecen de zapatos y de ropa y se helarían de frío si salieran a la calle. Otros niños no van porque mendigan, y eso sí que es imperdonable y exige que se tomen medidas adecuadas y severas que castiguen semejante explotación infantil. También están los que no pueden ir a la escuela porque trabajan, y aunque el trabajo de los niños es espantoso y repugna nuestros sentimientos, lo cierto es que los salarios tan bajos hacen que muchas familias necesiten para subsistir el aporte de todos sus miembros, sin poder prescindir ni siquiera de las escasas monedas que ganan los más pequeños. Así que, si se quiere que la ley de enseñanza obligatoria se cumpla realmente y sea eficaz, no se pueden desconocer estas realidades; no basta con darles la espalda y pensar que no existen: hay que afrontarlas y darles respuestas.. Por eso, la ley de enseñanza obligatoria quedará en papel mojado si no se complementa con otras medidas sociales y con mucho tacto. Hasta la fecha., los niños pobres que van a la escuela aprenden muy poco: a leer y escribir, unas nociones de aritmética y el catecismo. Con esto, no se puede decir que estén realmente instruidos, aunque sí se les han proporcionado los instrumentos básicos para llegar a estarlo. Pero, como no se les ha enseñado a discurrir, a usar correctamente su razón, a tener criterio, si caen en sus manos libros inconvenientes, y desde luego, proliferan, quedarán inermes ante ellos. Se podría alegar que tal inconveniente desaparece si se les deja permanecer en el analfabetismo, pero Concepción Arenal lo tiene claro: “El peligro no está en saber, sino en ignorar”, y de lo que se trata es de proporcionar unos instrumentos más sólidos, unos valores y criterios que permitan defenderse de las influencias nocivas haciendo uso de la razón. Por eso hay que mejorar la educación popular y, a la vez, “combatir los malos libros con libros buenos”. La posición social no tiene nada que ver con la inteligencia. Las clases populares son aptas intelectualmente para adquirir cualquier género de conocimientos. Lo que hay que estimular es su voluntad de aprender, mostrando sus ventajas, y proporcionar los medios, es decir, tiempo libre, maestros y material didáctico. Y hacer compatible todo ello con la necesaria búsqueda de la subsistencia. A Concepción Arenal, la única salida viable para conciliarlo todo es reducir las horas de escuela, para que su horario se pueda compaginar con el trabajo y, en cambio, prolongar la instrucción obligatoria durante más años, extendiéndola a lo largo de toda la juventud. En vez de tener a los niños en la escuela seis o siete horas durante dos o tres años, será mejor que las clases ocupen sólo un par de horas, pero durante catorce o dieciséis años. Así, no sólo niños y jóvenes podrán estudiar y trabajar, sino que se profundizará más la instrucción, será más eficaz y completa, se irá adaptando a la progresiva madurez de las inteligencias y conseguirá además mantener durante más tiempo el hábito de leer y de pensar. La enseñanza tendrá contenidos variados, prácticos y actualizados y será idéntica para ambos sexos y se extenderá a lo largo de varios años, pero no ocupará mucho tiempo de la jornada. Bastaría con una hora y media diaria, bien aprovechada, lo que permitiría compaginar el estudio con el trabajo o las obligaciones domésticas. A este fin, debería solicitarse a todos aquellos que empleasen a menores de veinticuatro años que les dejasen libre ese espacio de tiempo, para que pudieran completar su educación. También ayudaría mucho que en las grandes fábricas hubiera locales destinados a este fin. Por último, y para completar la tarea, estaría bien estimular el deseo de aprender de los alumnos y mantener su interés con mejores libros de texto y buenos libros de lectura, bien escritos y amenos, que podrían, así mismo, repartirse por las bibliotecas y salones de lectura populares, poniéndolos al alcance de aquellos adultos que quieran aumentar sus conocimientos o recordar las ya casi del todo olvidadas nociones que adquirieron en la escuela. Habla también de las escuelas de adultos, que considera una medida útil, tanto para enseñar a los que no saben, como para prevenir delitos, conflictos sociales y políticos, huelgas y motines, pues no sólo son un factor de integración y socialización, sino que allí se enseña a debatir distintas ideas de forma tranquila e inteligente y a solucionar las cosas por la razón y los argumentos, no por la fuerza. Además, ofrecen una alternativa de ocio provechoso a las tabernas y el juego. Pero, para que verdaderamente atraigan a la gente, no hay que olvidar que su fin es educar adultos, no niños, y que, aunque haya que tener en cuenta la ignorancia de los alumnos, es preciso tratarlos como a hombres, no como a criaturas. Lo mejor es ir muy despacio, con palabras sencillas; explicando las cosas de manera clara y sencilla, introduciendo algo de variedad para conseguir así a la vez grabar lo aprendido en las mentes de los alumnos y no aburrirlos. Según estas normas, se lograrán mejores resultados tanto en el aprendizaje como en la motivación de estos especiales alumnos. Tampoco olvida Concepción Arenal hablar de los libros que resultarían más adecuados para la educación elemental. Piensa que han de ser ante todo claros, breves, pero sin descuidar la amenidad, el interés y la belleza. El pensamiento ha de ser diáfano, lógico, preciso, y la expresión correcta y sencilla, sin rebuscamientos retóricos, pero con una prosa bella y cuidada, pues la facultad estética popular permanece viva, es fácil de refinar y constituye un poderoso auxiliar para aumentar los atractivos del estudio. Con libros así, se despierta y mantiene el deseo de aprender. Terminamos así este breve recorrido por las ideas de Concepción Arenal respecto a la urgencia y la importancia de la educación, que es para ella una verdadera obra redentora sin la que no es posible la libertad y el progreso.
Descripción Física:XXXV, 117 páginas
ISBN:9788425914287