Notas: | El verano de 1661, el 17 de agosto, el superintendente de Finanzas del reino de Francia, Nicolás Fouquet, ofreció una gigantesca fiesta para celebrar la inauguración de su maravillosa nueva residencia a las afueras de París: el Vaux-le-Vicomte. El proyecto contó con la participación de tres genios como el arquitecto Louis Le Vau, el paisajista André le Notre y el pintor Charles le Brun. François Vatel dirigió el festejo, Molière escribió una pieza teatral para conmemorar la ocasión y, como es natural, el joven rey Luis XIV se convirtió en el invitado de honor. Pero, en pleno verano, el sol montó en cólera. Ni siquiera cuando la siempre rápida inteligencia de Fouquet captó la dimensión de la ira regia que se abatía sobre él, y reaccionó para ofrecer a su soberano su humilde morada en obsequio como testimonio de su lealtad, le resultó posible evitar su detención y encarcelamiento por corrupción. El rey se incautó de su propiedad, y tomó a su servicio a Le Vau. Le Notre y Le Brun para levantar su propio palacio en Versalles. Y El sol ofuscado de Paul Morand decidió que todos los recursos del Estado y todas las formas del arte debían contribuir a la instalación de una nueva concepción del poder y, por lo tanto, del derecho y de la acción política. Una nueva concepción de las formas institucionales que habría de merecer una preferente atención de la literatura y del cine. Y, con el Gran Siglo francés, el Renacimiento italiano, el Siglo de Oro español, la Inglaterra isabelina, la Ilustración escocesa, la América en construcción
La Edad Moderna, como espacio de gestación de las formas de organización política y jurídica y los sistemas de pensamiento todavía vigentes. Una Era para la transformación científica y el cambio social iluminada por un sol ofuscado. |