| Sumario: | Hay que enterrar el siglo XX. Y, con él, enterrarnos a nosotros, que fuimos sus criaturas. Enterrar nuestras palabras. Entenderlas. Darles un beso de adiós. Las amamos y han muerto. Nada hay más grave que eso. La lengua es un dictador absoluto. Y un hombre va, al final, sólo cerrando sus últimas puertas.
Rayas efímeras llama Platón a las palabras. De algunas de ellas da cuenta este Diccionario. Para decir adios al siglo que, ingenuas, alzaron. Fingiendo lejanía, pero todo sentimentalismo está prohibido en las cosas graves: como el poeta de Pessoa, ha de ser el filósofo un fingidor, que alcane a figir, al cabo, "que es dolor hasta el dolor que siente". Y diga la sola cosa que la voz de un hombre siempre dice. Ruinas, Bellas, a veces.
Mi tramo de siglo fue imperdonable. Ahora me he quedado sin lengua: sin las claras mitologías que mienten una lengua al hombre. Y este Diccionario de adioses no es siquiera testamento. Nada podría testar. Ninguna certeza me queda para transmitir. A nadie. Esto es solo un catálogo de lo que pensé que podía ser dicho de nuestros minuciosos desvaríos. Para aquellos que hablen la lengua de este siglo XXI que no es ya el mío.
Es el momento ahora de catalogar la materia en la cual estuvieron tejidos nuestros sueños. Y sonreír ante tanto error. Si ningún remordimiento.
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