| Sumario: | El ser humano es capaz de ser asumido por Dios como "palabra" en la que Dios se entrega y se manifiesta. Es capaz de vivir la vida divina y, desde la encarnación y la resurrección de Jesús, está "incorporado a Cristo" o "recapitulado" (Ef 1,10) y situado "en Cristo": en un horizonte de radicalidad utópico pero, a la vez, humano.
Por eso, el cristiano ha descubierto que ser hombre es existir de cara a la resurrección y que ser hombre es existir de cara a la resurrección y que ser cristiano debería significar existir en el amor incorruptible. Eso se corresponde con lo que había sido el anuncio de Jesús: que el hombre está llamado a ser absoluto con ese carácter absoluto del Padre, que Lucas llama "misericordia". O que el hombre es capaz de llegar a amar con el mismo amor con que ama Dios y que está derramado en nuestro corazón (Rom.5,5).
Jesucristo aparece así como una luz frente al dinamismo humano: ese dinamismo está enfermo, pero tiene una meta que es el Dios de Jesús, y tiene una realización abierta ya en la resurrección de Jesús. "Lo natural no coincide con lo humano", que lo supera y lo transforma sin destruirlo. "Lo humano es que el hombre deje de ser natural" (Hegel) para convertirse en "persona", Ante lo desconocido de esa humanidad por hacer y ante el bombardeo de mil imágenes de hombre por las que este se ve solicitado en su vida de cada día, es muy importante para el cristiano la experiencia de la calidad humana que se ha degustado en el acceso a Jesús.
La décima edición de esta obra (que nació de una serie de charlas dadas a raíz de la publicación de La Humanidad Nueva) conserva todo el contenido teológico de las reflexiones anteriores, pero modifica o actualiza una serie de alusiones y aplicaciones a los datos culturales o sociopolíticos de la época en que apareció y que hoy, lógicamente, han cambiado.
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