| Sumario: | De todos los salmantinnos que participaron activamente en la defensa del territorio nacional, y no exclusivamente de Ciudad Rodrigo, este labriego de Muñoz fue un ejemplo digno de admiración y elogios. En el Sitio de Moróbriga, es necesario recordar la protección otorgada al general Crawfurd, en su visita a la Ciudad, a principios de mayo de 1810, además de otras salidas extramuros, siempre con notorios éxitos. No obstante, tiene mayor reconocimiento su generosidad, intrepidez, valentía, audacia y compromiso ciudadano al integrarse, como simple soldad, en las unidades militares recientemente constituidas en Ciudad Rodrigo, en agosto de 1808, dando muestras continuas del servico a la Causa, en cuantas ocasiones le fue posible y en las comisiones que recibió de los mandos, como reconocieron los generales más relevantes, Castaños o Wellington, ante cuyos ojos demostró su alta capacidad y resolución, ascendiendo hasta brigadier, por la multitud de méritos contraídos. Basta recordar su hora de servicios. El general español Pérez Herrasti asumió el puesto de Gobernador político y militar de Ciudad Rodrigo en el mes de noviembre de 1809. Su perspicacia y buen hacer al mando de la población le granjeó la absoluta confianza de los habitantes y de los mandos militares, tomando las decisiones más oportunas, que fueron decisivas para hacer frente al enemigo francés, además de asesorarse colegiadamente en las situaciones más problemáticas. Será suficiente recordar, por ejemplo, el momento en el que decretó la salida de "Los Lanceros" de "El Charro", el 23 de junio, cuando ya no podían efectuar sus objetivos desde intramuros, y a pesar del riesgo que conllevaba; la orden de retirada, dirigida al capitán Castellanos, después de la heroica defensa del Convento de Santa Cruz, o la "capitulación" ofrecida "in extremis", conforme a la resolución adoptada por la mayor parte de los miembros de la Junta, antes de someter a los habitantes a una destrucción total, visto que los ingleses faltaron a la palabra dada, al mismo tiempo que resultaba imposible seguir enfrentándose, con algún éxito, al Ejército sitiador.
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