Sumario: | Los juegos milenarios vuelven a presentizarse toda vez que el tiempo de la niñez se patentiza en el instante estridente de los recreos y en el espacio ilimitado del patio. Patio que para el niño rural es el ámbito que se extiende desde la puerta de su casa hasta el horizonte. Patio que para el niño suburbano es el laberinto de callejas y baldíos que contienen a su vivienda. Patio, en fin, que para muchos otros niños es el mínimo damero de mosaicos de sólo unos pocos metros. Múltiples patios que emergen en el patio de la Escuela. Ágora de los ciudadanos de la ilusión. Albergue de las ideas del futro. Reservorio de las tradiciones. Es en el patio donde se fragua la esperanza y se funde la amalgama de la cultura en el crisol lúdico de la niñez. En ese espacio vandálico y en esa liturgia eterna, habita la clave del misterio humano. Allí se juegan los juegos tradicionales, esos que pasan de generación en generación, como la memoria de la producción espiritual de los pueblos. Esos que perduran a través de los tiempos y reeditan en el presente, alimentando el devenir.
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