Sumario: | La libertad vuelve a ser esencial, después que la tutela, la magia y la arrogancia tuvieron su hora. El individuo vuelve a ser principio y fin de la política. Es el liberalismo, esa virtud convertida en programa, el que debe inaugurar. No existe saber absoluto, verdad unívoca, modelo ejemplar, clase elegida, partido conductor, izquierda divina, hombre providencial, cita con la historia; la historia, como el saber es plural. Es por la laguna del saber que estamos abiertos a la verdad contingente de la política necesaria y de las políticas superfluas. Pensándose modestamente, no como una fuerza, sino como una debilidad en el corazón del Ser, es como el hombre puede abrirse al otro reconociendo con el otro el valor recuperado de la libertad, hecha de autonomías deseadas, de iniciativas conquistadas, de disensos respetados; esa libertad que hace retroceder el orden de los planes, ese internado socialista, ese panóptico transparente, ese poder omnipresente, tutelar, absoluto, detallado, regular, previsor y suave que profetizaba Tocqueville, y que es el sueño de las almas cansadas de la libertad. Esta nueva manera de estar juntos, en una sociedad civil policrática y contractual no es la libertad salvaje, sino la libertad institucional, la libertad en el derecho, ese armisticio de fuerzas, cuya última palabra es la justicia. O mejor dicho, la primera palabra, que debe ser la fuente común. A veces es demasiado pronto, nunca es demasiado tarde para ponerse de acuerdo sobre esta primera palabra.
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