| Sumario: | Hay cuestiones filosóficas que, por su valor intrínseco, aunque ya han sido largamente examinadas, siguen despertando vivo interés en los investigadores. Y si dichas cuestiones fueron tratadas por un autor como San Agustín, cuya estela sobre la historia de la filosofía es cada vez mayor, entonces tal interés se agiganta vigorosamente. Este es el caso de la relación del alma con el cuerpo.
¿Acaso una cuestión ya examinada hasta el hartazgo por las mejores inteligencias no debilita la necesidad de una reconsideración del problema? Y, si se insiste en ello, ¿la pretensión de originalidad no importaría el riesgo de arribar a conclusiones infundadas? Sin duda. Pero la envergadura del tema hace legítimo el intento.
No hay en Agustín ni la admisión de un cierto dualismo ni un enfoque oscurecido por la contradicción, sino más bien la clara intuición de una profunda verdad -la radical unidad de la realidad del hombre- pero enseñada con instrumentos conceptuales insuficientes y un lenguaje, por lo menos, inadecuado.
Agustín, tras una expresión dualista -que sólo puede ser comprendida en un nivel teológico, y, normalmente, en sentido figurado-, al tiempo que deja ver una expresa comprensión de la totalidad de la persona humana, brinda claros indicios para entender que sus partes esenciales se ordenan entre sí como co-principios.
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