Sumario: | Durante todo el siglo XIX, las quintas (el reemplazo anual para el servicio militar, un «tributo de sangre», como elocuentemente se decía) y los consumos (un impuesto indirecto que gravaba numerosos artículos de primera necesidad de «comer, beber y arder», encareciéndolos de forma sustancial) fueron los dos suplicios por antonomasia que compartió la plebe asturiana. A estos agravios, naturalmente, se unieron otras desdichas; sin embargo, las quintas y los consumos representaban la intersección en la que confluyó el mayor número de afectados por un mismo azote. Daba igual que se tratara de hombres o de mujeres; de ancianos o de niños; de campesinos o de sectores urbanos; de menestrales o de proletarios… Todos ellos, que a su vez arrostraban sus particulares calamidades, tuvieron en común el odio hacia dos gravámenes que al resto de la sociedad únicamente parecían inquietarles cuando las masas tomaban las calles y exponían en público el vigor de su protesta desesperada. Entonces, era la plebe la que se convertía en azote.
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